jueves, 7 de enero de 2016

LA RAYA AZUL

                     LA  RAYA  AZUL


     Otro día más. El mismo cielo. La misma orilla. El mismo mar. Tonillo, menudo y limpio, no podría decir los tiempos que llevaba sentado en aquella roca grande, grande, que besaban las olas antes de morir sobre aquella solitaria playa asfaltada con piedrecillas de brillantes colores y arena finísima. Siempre igual. Con los ojos abiertos como platos mirando al frente y la misma postura vigilante. Sólo de vez en cuando se aupaba sobre las puntas de sus agujereadas zapatillas, blancas en otro tiempo, en un vano intento de alcanzar con la vista un poquillo más allá. Y otra vez volvía a sentarse. Y otra vez a esperar.
     No le había sido fácil llegar hasta allí: como tampoco seguir el cauce seco del rio Vinalopó hasta casi perder de vista los montes del Cid, Bateig y Bolón, inalterables custodios de aquel hermoso valle donde estaba enclavado su pueblo.
     Hacía calor. Un calor sofocante que se metía en el alma. Un calor capaz de fundir cualquier esperanza. En su ensoñación, Tonillo, ojos claros-pelo negro, continuaba mirando allá a lo lejos, donde mar y cielo se abrazan y forman una misma cosa. Sólo le gustaba mirar al frente, hacia adelante. No quería mirar a su alrededor. Ni a nada que estuviera cerca de él. Era un sitio sucio, triste, pobre, en el que sólo se veían miedos, se oían amarguras, olía a penas y se sentían llantos.
   Tonillo, piel morena-ojos tristes, se ahogaba allí. No podía respirar ese aire preñado de fracasos, traiciones y esperanzas marchitas.
   Tonillo, boca amarga-pelo rizo, soñaba desde su rocosa atalaya en poder huir, en escapar de aquella trampa, en marchar de allí y buscar algún lugar desconocido para él donde se pudiera reir y cantar, donde no estuviera prohibido ser feliz, donde no existiese la ambición, la angustia, las traiciones, el dolor...     
    Tenía que haber algún sitio donde el aire no hiciera daño, la tierra fuese limpia y el hombre, al respirar, se sintiera hombre; donde la verdad fuese verdad, donde los hombres no gritaran ni suplicaran, sólo hablaran y rieran, donde no hubiese cadenas y se fuese libre...
   Tonillo, nariz chica-pelo espeso, sentado en aquella roca grande, no veía las monótonas e interminables filas de espumosas olas que, una tras otra, parecían esconderse bajo sus pies. Ni la suave arenilla de la playa tostada por el sol, ni a las gaviotas que revoloteaban presurosas dibujando enormes círculos en busca de algún pececillo. Sólo veía una raya azul allá, al fondo, al final. Y un poco más acá, una fina y alargada nubecilla de humo gris que salía de un barco tan diminuto que parecía de juguete.

     Un balamido que parecía acariciar sus oídos le impedía escuchar las voces de los madrugadores vendedores de pescado ofreciendo su plateada mercancía. No sentía la brisa que le acariciaba la cara, ni el agua que contínuamente le salpicaba, ni aquel sol ... Sólo sintió un gusto, salado y amargo, en la boca. No supo si era una gota de agua de mar o una lágrima.
      .- ¿Qué te pasa, Tonillo?.
      .-¡Ay, caballito de mar! ¡Quiero salir de aquí y buscar otros mundos!.
      .- ¿Para qué?.
      .- ¡Sólo para vivir!. Caballito, tu eres mi amigo ¡Ayúdame!
      .- ¿Cómo?.
      .- Llévame contigo. Atravesaremos mares y océanos. Llévame a tu grupa y cogeremos conchas, caracolas y estrellitas de mar. Llévame contigo y, por fín, veré lo que hay allí, detrás de aquella raya azul en la que el cielo parece bajar a bañarse, lo mismo que hace el sol al atardecer. Allí debe estar la tierra maravillosa que busco. Llévame contigo y conoceré tu mundo y las profundidades del mar. ¡Llévame contigo!.
      .- ¿Para que quieres conocer otros mares, otros mundos?. ¿Acaso piensas que son mejores que éste?. No Tonillo, estás equivocado. Nuestra vida en el mar es igual que la tuya en la tierra. También nosotros oímos miedos y vivimos sin esperanza. Nosotros, los pequeños, tememos a los medianos que pueden destruirnos; éstos, a su vez, temen a los grandes y éstos al hombre ... No, Tonillo, quédate donde estás. He estado también en aquella raya azul y detrás hay otro mar igual a este y otra tierra igual a esta.
      .- ¿Entonces ...?.
      .- Ama Tonillo, ama y conocerás otro mundo. Un mundo en el que no existe nada de lo que aborreces. Un mundo que está lleno de colores y verdades.
      .- ¡Pero... aquí no hay amor! Dime caballito, ¿dónde lo puedo       encontrar?.
      .- Busca dentro de ti, Tonillo. Busca ...
      .- ¡No te vayas!
      .- Sí, me tengo que ir. Me falta el aire. Debemos vivir donde se ha dispuesto que vivamos.
      .- Adios, amigo.
     Y otra vez solo. Con su esperanza rota. Con su vista, como siempre, fija al frente. Y otra vez la tarde. Y otra vez el sol que poco a poco se hunde en el mar. "¡Quien fuera aquella nube rosa que va de un lado a otro tomando diferentes formas!". Y otra vez la noche: "¡Quien fuera aquella estrella brillante que juega con sus hermanas al corro y corre fugaz por el cielo!. ¡O aquella que se columpia en los picos de la luna!". Y otra vez el sol, grande y rojo, que sale de su baño para recibir radiante al nuevo día: "¡Quien fuera aquella brisa que, libre, acaricia y refresca todo a su paso!".
   Y el día. Calor. Arena. Olor a sal. Pregones ... Y en su ensoñación, las campanas de la iglesia de Santa Ana. Aquellas campanas que se encargaban de anunciar la alborada y, al mismo tiempo, que tenía que abandonar el camastro para ayudar a su padre a cinchar las caballerías antes de salir a la faena.
     No le dio tiempo ni a cerrar los ojos.
      .- Buenos días, Tonillo.
      .- Hola, gaviota amiga.
      .- Sigues triste ¿Qué te pasa?.
     .- Que no puedo salir de aquí, que no me gusta este lugar para vivir y que quiero irme.
      .- ¿A dónde?.
      .- No lo sé. Quizás allí, donde la vista se acaba y empieza otro cielo y otro mar. Donde el aire huela a limpio, la tierra sea blanca y los hombres de cristal.
      .- ¿Para qué quieres conocer otros aires, otros mundos?.
      .- Porque aquí me muero. Gaviota amiga, ¡Ayúdame! ¡Llévame contigo!. Llévame contigo y volaremos a través de aires y tierras desconocidas. Juntos cruzaremos arroyos, ríos, montes y valles ... Llévame contigo, conoceré otros cielos y jugaremos al escondite entre las nubes. Llévame contigo y quizás encuentre la tierra blanca que busco.
      .- Mira Tonillo, me duelen las alas de volar buscando quimeras. He cruzado aires y montes. He llegado hasta donde el hombre tiene otros colores y la tierra otras flores, pero todo es inútil. Es igual en todas partes. No salgas, quédate aquí.
      .- Entonces ... ¿no puedo hacer nada?
      .- ¡Sí! ¡Lucha y sé feliz!.
      .- Pero ... ¿Cómo...?.
      .- Ama, Tonillo. Ama y serás libre.
      .- ¡Otra vez!.
      .- Ahora tengo que marcharme. Adiós y no olvides mi consejo.
     .- Adiós, gaviota amiga.
     ¿Será verdad que no haya una tierra y un cielo mejor que este?. Se lo habían dicho sus amigos que conocían otros mundos. ¿Cómo era eso posible?. Sin embargo... ¿Cómo podría seguir aquí, donde la mentira, la falsedad y el engaño tienen su reino?. Lo había intentado todo. Había buscado una verdad hasta más allá de su esperanza, hasta hacerse daño en el alma y no había encontrado nada. Y ahora le decían que debía amar. Amar con todas sus fuerzas para librarse de la angustia que le atenazaba. Pero ... ¿dónde podría depositar su amor, a quien podría ofrecerlo ...?.
     Poco a poco, la tarde iba muriendo. Algunas estrellas madrugadoras ya se estaban asomando buscando un sitio para pasar la noche que se anunciaba próxima. Ya no se oían las voces de los pescadores. Ni a los niños jugar en la playa. El sol ya había naufragado desangrándose.
     Algo se movía dentro del agua intentando salir de entre las olas, al lado de la roca grande.
      .- ¿Quien eres tu?.
      .- No te asustes Tonillo. Me llamo Ania y soy una sirena.
      .- ¿Qué haces aquí?.
      .- Conozco tus deseos y he venido por si puedo ayudarte. ¿Me dejas que me siente a tu lado?.
     .- Claro. Pero ten cuidado no te lastimes la cola, esta roca es muy dura.
      .- Gracias. Así creo que estoy bien.
     Tonillo miraba extasiado a aquella extraña criatura de piel suave y sonrosada y cola inquieta de hojitas de plata mojadas. De pelo muy largo, rubio y ondulado. De ojos verde-claro que miraban dulces a los suyos. De boca alegre, redondeados hombros y tímido pecho.
     .- No te he visto nunca ¿Dónde vives?.
     .- Muy cerca de aquí. Ahí abajo, en lo más profundo de ese trozo de mar que parece más verde. En una cueva adornada con flores de nenúfar, caracolas y estrellitas de mar.
      .- Eres muy linda, Ania. ¿Por qué has venido?
      .- Ya te lo he dicho. Quería hablar contigo. De tus anhelos, de tus nostalgias. Y saber por qué estás tan triste.                         .- Porque mis amigos me han abandonado. No quieren ayudarme. Sólo me dicen que ame.
     La sirenita toma entre sus pequeñas manos, las de Tonillo. Es un contacto que casi no lo es: suave, dulce ...
     .- Tus amigos tienen razón Tonillo. Aquí es donde debes encontrar tu propia vida.
     .- Pero, amar... ¿a qué?.
     .- Quizás a unos ojos, a una sonrisa.
     .- Tienen que ser a unos ojos como los tuyos, a una sonrisa como la tuya.
     .- ¿Cómo la mía?.
     .- Claro. A una mirada transparente como la tuya, a una sonrisa recién estrenada como la tuya.
     .- Pero Tonillo, tu no puedes ...
     .- Ania, estoy empezando a ver, a sentir ...
     .- ¿Qué?.
     .- No lo sé... Algo muy limpio, muy bello.
     .- El día está clareando, me tengo que ir ...
     .- ¿Cómo? ¿Ya se han ido las estrellas? ¡No puede ser! ¿Donde he pasado la noche?.
     .- Quizás en ese mundo que buscas.
     .- No me dejes ahora, por favor, Ania.
     .- Yo no puedo vivir aquí. Tu lo sabes. Adiós Tonillo.
     .- ¿Volverás Ania? ¿Volverás?.
     .- Has encontrado el camino ¡Vé por él!.
     Una suave pirueta, cae el agua y desaparece entre remolinos y espuma blanca.
     .- ¡¿Volverás?!.
     No hubo contestación pero, por fin, había encontrado algo que amar. Sin embargo era una criatura de un mundo diferente al suyo. ¿Sería posible su amor?. Ese sentimiento le había hecho soñar y vivir al mismo tiempo. Seguramente no volvería a ver a Ania. Ahora sólo recordaba sus últimas palabras: "Has encontrado el camino. ¡Vé por él!". En su frágil cuerpo sintió un picor como de ortigas tiernas.
     Se levantó lentamente y mientras sacudía aquella vieja camisa a cuadros de la que apenas salía, comprendió. Tenía que bajar de su mundo, de su roca, y caminar por un sendero que tenía que ir descubriendo poco a poco.
     Tonillo, ojos claros-pelo negro, miró a su alrededor y vio todo menos sucio, más luminoso. El sol, enorme y anaranjado, le saludó a lo lejos, desde aquella raya azul. Saltó de la roca y cayó sobre la arena de la playa todavía desierta.
     De repente, las campanas de la iglesia de Santa Ana. Cuando se levantó y miró por el ventanuco sólo alcanzó a ver las ruinas de aquel castillo que otrora perteneciera a los Condes de Coloma.


                              F I N 
hILARIO fERNÁNDEZ

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